viernes, 1 de agosto de 2014

Neruda y Paz

El modo de abordar la autobiografía varía en cada autor. En esta ocasión les presento dos breves fragmentos de las autobiografías de Pablo Neruda y Octavio Paz. El primero es una forma de reseña autobiográfica con un fuerte componente poético propio del autor. En el segundo caso podemos leer un claro ejemplo de autobiografía intelectual. Espero lo disfruten.

Pablo Neruda: ”Mis padres llegaron de Parral, donde yo nací. Allí, en el centro de Chile, crecen las viñas y abunda el  vino. Sin que yo lo recuerde, sin saber que la miré con mis ojos, murió mi madre doña Rosa Basoalto. Yo nací el 12 de julio de 1904, y un mes después, en agosto, agotada por la tuberculosis, mi madre ya no existía.  La vida era dura para los pequeños agricultores del centro del país. Mi abuelo, don José Angel Reyes, tenía poca tierra y muchos hijos. Los nombres de mis tíos me parecieron nombres de príncipes de  reinos lejanos. Se llamaban Amóos, Oseas, Joel, Abadías. Mi padre se llamaba simplemente José del  Carmen. Salió muy joven de las tierras paternas y trabajó de obrero en los diques del puerto de Talcahuano,  terminando como ferroviario en Temuco".


Octavio Paz: “Empecé a escribir este poema a principios de 1956. No tenía plan, no sabía lo que quería escribir. Piedra de sol se inició como un automatismo. Las primeras estrofas las escribía como si, literalmente, alguien me las dictara. Lo más extraño es que los endecasílabos brotaban naturalmente, y que la sintaxis, y aún la lógica, eran relativamente normales. El poema es lento al principio…".









Imágenes de Ricardo Hernández

jueves, 31 de julio de 2014

El único género literario en el que todo sale bien si nadie se lee los libros

La nueva autobiografía de Hillary Clinton es un fracaso de ventas y un éxito en los medios. Es un patrón en las memorias políticas de los últimos años.

Por: Miqui Otero
A los libros de memorias de políticos se les suele reconocer por el título: generalmente un manejo limitado de pocas palabras de un campo semántico opuesto al que opera en la composición de las canciones del verano. Si en estas debe aparecer siempre “noche”, “sol” o “arena”, en las autobiografías de los mandatarios en activo se juega siempre con otras como “esperanza”, “decisión” o “valentía”.

Esta falta de riesgo que aparece en las portadas de tapa dura de un género cada vez más y más popular en librerías internacionales podría interpretarse como un síntoma. No sólo de  lo que esconden dentro estos mediatiquísimos libros, sino también de su utilidad y de quiénes se creen que son los lectores (cuando los hay o si son numerosos). De su calidad literaria, sin ir más lejos, de si cumplen su labor arrojando luz sobre ideas o vidas, se ha estado debatiendo en EE UU al hilo de la publicación del Hard Choices (Elecciones difíciles), de Hillary Clinton, prestante ex Primera Dama, Secretaria de Estado y, ahora, quién sabe, candidata para ganar las elecciones de 2016 y autora, ahora, del que quizá sea el ejemplo más perfecto de cuán imperfecto es el otrora noble libro de memorias políticas tal y como se entiende en estos días de conceder entrevistas y generar titulares.

Véase por ejemplo el título. Cyrus Vance, Secretario de Estado en la era del presidente Jimmy Carter, empleó en 1983 exactamente el mismo título que usa la señora Clinton ahora. Que además podría confundirse con el Hard Call de John McCain, el rival de Obama por la presidencai en 2008 (su subtítulo tampoco era un despliegue de originalidad: Great Decisions and the Extraordinary People Who Made Them; traducible como Decisiones ejemplares y las extraordinarias personas que las tomaron). Es más, algunos articulistas sostienen que se han testado sólo unos 25 títulos en el mercado.

martes, 22 de julio de 2014


Valga un pequeño apunte. No dejemos de vivir por dedicarnos a la contemplación o buscando sólo llevar a cabo actos memorables que puedan verse bien en nuestra autografía, como dice el genial Ricardo Siri (Liniers) en la imagen que encabeza esta entrada, cualquier momento puede valer -lo mismo o más, incluso-, para integrar nuestra historia de vida. En el instante no lo sabremos, pero en retrospectiva podremos notar la trascendencia y su valor en la suma de las partes, de otra forma -narrando únicamente fragmentos impactantes o aventuras desmesuradas-, corremos el riesgo de convertir nuestro relato en un despropósito nada creíble y sin interés para el posible lector. Aquí entra en juego nuestra honestidad para admitir errores y fracasos, parte muy importante en la experiencia vital de todo ser humano.

Imagen: Liniers

lunes, 21 de julio de 2014

José Saramago: Una autobiografía

Sin lugar a dudas, uno de los grandes narradores de nuestro tiempo es José Saramago. Dueño de vida intensa que el mismo narra en esta breve reseña autobiográfica.




Nací en una familia de campesinos sin tierras, en Azinhaga, una pequeña población situada en la provincia de Ribatejo, en el margen derecho del río Almonda, a unos cien kilómetros al nordeste de Lisboa. Mis padres se llamaban José de Sousa y Maria da Piedade. José de Sousa habría sido mi nombre si el funcionario del Registro Civil, por iniciativa propia, no lo hubiese añadido el apodo por el que mi padre era conocido en la aldea: Saramago, (cabe esclarecer que saramago es una planta herbácea espontánea, cuyas hojas, en aquellos tiempos, en épocas de carencia servían como alimento en la cocina de los pobres). Fue a los siete años, cuando tuve que presentar en la escuela primaria un documento de identificación, que se vino a saber que mi nombre completo era José de Sousa Saramago… Pero no fue éste el único problema de identidad que me fue concedido al nacer. Aunque había venido al mundo el día 16 de noviembre de 1922, mis documentos oficiales dicen que nací dos días después, el 18, fue gracias a este pequeño fraude que la familia pudo escapar del pago de una multa por no declarar el nacimiento en el plazo legal.

Tal vez por haber participado en la Guerra Mundial, en Francia, como soldado de artillería, he conocido otros ambientes, diferentes a vivir en una aldea, mi padre decidió, en 1924, dejar el trabajo del campo y trasladarse con la familia a Lisboa, donde comenzó a ejercer la profesión de policía de seguridad pública, para el cual no se exigían más “habilidades literarias” (expresión común entonces) que leer, escribir y contar. Pocos meses después de habernos instalado en la capital, moriría mi hermano Francisco, que era dos años más viejo que yo. Aunque las condiciones en que vivíamos hubiesen mejorado un poco con la mudanza, nunca llegaríamos a conocer el verdadero desahogo económico. Ya tenía 13 o 14 años cuando pasamos, al fin, a vivir en una casa (pequeñísima) sólo para nosotros: hasta ahora siempre habíamos vivido en partes de casas, con otras familias. Durante todo este tiempo, y hasta la mayoría de edad, fueron muchos, y frecuentemente prolongados, los periodos en que viví en un pueblo con mis abuelos maternos, Jerónimo Melrinho y Josefa Caixinha.