lunes, 31 de enero de 2011

Autobiografía de Gabriela Mistral


La Premio Nobel de Literatura 1945 escribe un texto que recorre fragmentos de su vida, un buen ejemplo para calentar motores en nuestra propia aventura autobiográfica.
Es absolutamente falso que mi padre fuese blanco puro. Mi abuela, su madre tenía un tipo europeo puro; su marido, mi abuelo, era menos que mestizo de tipo, era bastante indígena. La afirmación no es antojadiza. En dos retratos borrosos que tengo de él, la fisonomía es cabalmente mongólica, los Godoyes del Valle del Huasco tienen, sin saberlo, tipo igual. Digo sin saberlo porque el mestizo de Chile no sabe nunca que lo es. Quienes han visto las fotos de mi padre y que saben alguna cosa de tipos raciales no descartan ni por un momento que mi padre era un hombre de sangre mezclada.

Fue por un tiempo también director del colegio católico de Santiago San Carlos Borromeo. Dibujaba muy bien y hacía versos de una índole medio clásica, medio romántica según el gusto de la época.

El original de esos versos los conserva mi hermana.

Todas las gentes del Valle me dieron el amor de él, porque todos lo quisieron por el encanto particular que había en su conversación y por la camaradería que daba, a quien se le acercase lo mismo a los más ricos que a los pobrecitos del Valle. En mi abuela, Isabel Villanueva, a quien los curas llamaban «la teóloga» había esta misma atracción que le daba un lenguaje gracioso, criollo y tierno.

No hay tal. Me mandaron a la casa de una tía de mi madre, doña Ángela Rojas a quien mi hermana pagaba por mí una pequeña pensión. Esto duró menos de un año, porque fui expulsada de la escuela primaria superior de Vicuña a la cual había regresado.

El dato es erróneo. Dirigía esa escuela primaria superior doña Adelaida Olivares maestra ciega de casi toda su vida y madrina mía de confirmación. Era persona sobradamente religiosa y cuando en el comienzo hubo entre ella y yo la relación afectuosa que es natural entre madrina y ahijada. Pero cuando mi familia me cambió de apoderado poniéndome a vivir en la casa de una familia Palacios de religión protestante, la directora se sintió muy molesta y me retiró todo su cariño. Vino entonces un incidente tragicómico. Yo repartía el papel de la escuela a las alumnas, el gobierno daba en aquel tiempo los útiles escolares. Era yo más que tímida; no tenía carácter alguno y las alumnas me cogían cuanto papel se les antojaba con lo cual la provisión se acabó a los ocho meses o antes. Cuando la directora preguntó a la clase la razón de la falta de papel mis compañeras declararon que yo era la culpable pues ellas no habían recibido sino la justa ración. La directora, aconsejada por una hermana nuestra ahí mismo, salió sin más hacia mi casa y encontró el cuerpo del delito, es decir, halló en mi cuarto una cantidad copiosísima no sólo de papel, sino de todos los útiles escolares fiscales. Habría bastado pensar que mi hermana era tan maestra de escuela como ella y que yo tomaba de ella cuanto necesitaba. Pero había algo más: el visitador de escuelas del Valle de Elqui me tenía un cariño como de abuelo (don Mariano Araya) y cada domingo iba yo a saludar a su familia y él me abría su almacén de útiles y me daba además de papel en resmas, pizarras, etc.

Yo no supe defenderme; la gritería de las muchachas y la acusación para mí espantosa de la maestra madrina me aplanó y me hizo perder el sentido. Cuando doña Adelaida regresó con el trofeo del robo su hermana hizo con el caso una lección de moral que yo oía medio viva medio muerta. El escándalo había durado toda la tarde, despacharon las clases y todas salieron sin que nadie se diese cuenta del bulto de una niña sentada en su banco, que no podía levantarse. Al ir a barrer la sala la sirvienta que vivía en la escuela me encontró con las piernas trabadas me llevó a su cuarto, me frotó el cuerpo y me dio una bebida caliente hasta que yo pude hablar faltaba algo todavía: las compañeras que se iban por mi calle me esperaban, aunque ya era la tarde caída en la plaza de Vicuña, la linda plaza con su toldo de rosas y de multiflor, era todavía primavera allí me recibieron con una lluvia de insultos y de piedras diciéndome que nunca más irían por la calle con (la) ladrona. Esta tragedia ridícula hizo tal daño en mí como yo no sabría decirlo. Mi madre vino a dar explicaciones a la maestra ciega acerca de mi rapiña y la directora que ejercía un ascendiente muy grande sobre las personas porque era mujer inteligente y bastante culta para su época logró convencer a su comadre de que aunque yo fuese inocente habría que retirarme de esa escuela sin llevarme a otra alguna porque yo no tenía dotes intelectuales de ningún género y sólo podría aplicarme a los quehaceres domésticos.

lunes, 24 de enero de 2011

La pasión por la autobiografía (y II)

Segunda y última parte de la entrevista que Manuel Alberca realizó a Philippe Lejeune (El pacto autobiográfico), para la revista Cuadernos Hispanoamericanos (julio -agosto 2004).

En España, la autobiografía tiene activos y elitistas detractores, que la descalifican por narcisista, exhibicionista y escandalosa o la condenan a la segunda división literaria, ¿por qué algunos sectores universitarios y periodísticos no aprecian el servicio que algunos autobiógrafos prestan a la higiene social de un país y al conocimiento de la complejidad humana?
Puedo tranquilizaros: es parecido en Francia, incluso si las mentalidades han evolucionado desde hace una decena de años. Yo tengo una hipótesis. En los países de tradición protestante u ortodoxa, escribir sobre sí mismo parece una cosa común, ni buena ni mala en sí misma, se encuentra normal que cada uno preste atención a su propia vida y que ésta forme parte de los intercambios sociales. En los países de tradición católica, se tiene mucho miedo del yo, del Diablo y del orgullo, y la atención a sí mismo es sospechosa -de ahí proviene una cultura del secreto, y quizá, a causa de esta opresión, una práctica de lo íntimo más profunda y exigente que en los países protestantes donde el discurso sobre el yo, mejor admitido, queda quizá más superficial. Tengo un poco de vergüenza por simplificar así, pero creo que la razón está ahí. La importancia de la tradición religiosa es evidente. Atraviese el Mediterráneo y vaya a Argelia -verá que el discurso autobiográfico es allí aún más difícil que en Francia o en España.

Sabemos, pues lo ha mencionado en una conferencia, que ahora, después de ocuparse durante quince años de los diarios, vuelve al problema de los orígenes de la autobiografía moderna que, en su opinión, hay que situar en las Confesiones, de J.-J. Rousseau, ¿no es un poco “chovinista” ignorar otros ilustres precedentes?
¡No es una cuestión de chovinismo -por otra parte Jean-Jacques Rousseau no era francés, sino “ciudadano de Ginebra”! Y sé que la tradición de la escritura del yo se remonta a la Antigüedad. Pero yo continúo pensando que la escritura de las Confesiones marca una ruptura profunda. Cuando Rousseau dice: “Yo emprendo una tarea que no tuvo precedente”, es preciso tomarlo en serio. Esta ruptura la ha teorizado él mismo en el preámbulo del manuscrito de Neuchâtel, que la revista Memoria, de la Unidad de Estudios Biográficos de la Universidad de Barcelona, acaba de publicar por primera vez en español. Rousseau es el primero que se ha decidido de verdad a la tarea loca y peligrosa de contarlo todo sobre sí mismo.

Para cambiar, si le parece, podemos hablar un poco de algunos temas de los que usted no suele ocuparse. Por ejemplo, guarda un elocuente silencio sobre la autoficción (relato de apariencia autobiográfica que se presenta como “novela”, cuyo protagonista tiene la misma identidad del autor), ¿no podría ser la autoficción una vía de innovación autobiográfica?
Una vía de innovación literaria, seguramente. Pero tiene razón de destacar mi silencio y de encontrarlo “elocuente”. Expresa una elección totalmente personal. Confieso que prefiero leer verdaderas novelas en que no tengo que preocuparme del autor, o verdaderas autobiografías en que no me preocupo de la ficción. Prefiero el compromiso a la habilidad, el riesgo al juego -es ciertamente una señal de ingenuidad.

Resulta también muy llamativo que no le haya prestado atención a la biografía ¿qué reservas guarda con respecto a este género, que por otra parte está tan desarrollado en Francia? ¿No cree que el conocimiento de la biografía de un autobiógrafo es imprescindible para acercarnos con mayor propiedad a su autobiografía o diario?
¡Sus preguntas exploran todas mis fallas! Por supuesto, es útil conocer los datos biográficos para evaluar una autobiografía o un diario – igual que es más útil todavía conocer la génesis de una autobiografía para apreciarla (he trabajado con pasión en los borradores de Sartre, de Perec, de Sarraute, por ejemplo, para comprender cómo construían su verdad). Pero no es preciso confundir la información biográfica, tan útil, con la construcción de un relato biográfico. A menudo me he quedado estupefacto de la audacia de los que pretenden poder comprender y juzgar la vida de otro, y de contarlo como si fueran ellos los que la hubiesen vivido. Esto me parece una impostura, o una locura. Es cierto que a veces hay logros admirables -pienso en la biografía de Marguerite Duras por Laure Adler. Pero, ¡es tan infrecuente! la mayoría del tiempo, no llego a comprender como los biógrafos no tienen vergüenza de lo que ellos escriben. Tan legítimo es interpretar una obra, que se ha hecho para esto, y que resistirá nuestra interpretación, como aventurado es interpretar una vida, que no es más que un fantasma que se ha construido con pequeños fragmentos, y que no puede defenderse… A menudo pienso que una autobiografía no podría ser falsa (porque todas sus imperfecciones o sus artimañas definen a su autor) y que una biografía no podría ser verdadera (la más “lograda” no es más que una especie de novela). A veces también, imagino lo que le podría ocurrir a mi propia vida, contada después de mi muerte por un desconocido, incluso lleno de buena voluntad… pero soy un ingrato. Los biógrafos mantienen vivos a los muertos, mantienen la lectura de sus obras, y el diálogo necesario con nuestra identidad. Me temo que he provocado a la mayoría de lectores de esta entrevista, a los que probablemente les gusta leer biografías, y van a encontrarme raro. Quizá he sido, en esta respuesta, excesivo. Los tranquilizo: me ocurre, como a ellos, leo con placer biografías. Digamos, sobre todo, que yo creo que nunca las escribiré.

Hace algunos años, tenía el proyecto de escribir su autobiografía, al menos dijo que la estaba escribiendo, ¿cómo será? ¿Cuándo la podremos leer?
No, no tengo el proyecto de escribir una autobiografía: no me gusta esa palabra en singular, con lo que supone de simplificación. Es verdad que hace tiempo, he podido tener ese deseo, y es lo que explica la elección que he hecho hacia 1969 de la autobiografía como tema de investigación universitaria. Había elegido la autobiografía, construida y seductora, contra el diario -el diario que había escrito de adolescente, y que era el testimonio de mis peripecias existenciales y de mis incapacidades literarias. He trabajado sobre la autobiografía de 1969 a 1986 sin abordar nunca el diario. En 1986, habiendo madurado, he vuelto a la práctica del diario, y desde entonces imagino una síntesis, encontrar una escritura que tuviese la ventaja de los dos (el lado construido de la autobiografía y la autenticidad del diario). Pero ese es mi problema. Escribo para mí sólo, como otros muchos diaristas, es la condición de mi libertad. Lo que supone que nunca nadie que me haya conocido me leará. Yo no publicaré por lo tanto nada. Y si no destruyo lo que he escrito, retrasaré la divulgación de esto lo bastante lejos en el porvenir que evite cualquier interferencia del mundo en el que habré vivido y este en el que seré leído.

Para terminar, ¿hay algo que no le haya preguntado y que le gustaría añadir a esta entrevista?
Sí, me gustaría decir unas palabras del libro que acabo de publicar con Catherine Bogaert, un journal à soi. Histoire d’une pratique. En 1997, gracias a la Asociación para la autobiografía y la Biblioteca municipal de Lyon, habíamos organizado una exposición de diarios personales -más de 200 diarios originales, mostrando toda la belleza y la dignidad de esta práctica. Las exposiciones son efímeras, hemos prolongado nuestro trabajo por este “bello libro” (formato libro de arte, con más de 200 reproducciones de color) que es al mismo tiempo un intento general, para hacer visible de manera más duradera lo que usted ha llamado tan felizmente la escritura invisible.

martes, 18 de enero de 2011

Las dos vidas de Ricardo Piglia

"Empecé a escribir un diario a fines de 1957 y todavía lo sigo escribiendo. Muchas cosas cambiaron desde entonces, pero me mantengo fiel a esa manía. Por supuesto, no hay nada más ridículo que la pretensión de registrar la propia vida. Uno se convierte automáticamente en un clown. Sin embargo estoy convencido de que si no hubiera empezado una tarde a escribirlo jamás habría escrito otra cosa..."
Ricardo Piglia

Notas en un diario es el nombre de la nueva sección que publicará en exclusiva y una vez al mes el escritor Ricardo Piglia (Adrogué, Buenos Aires, 1940) en la revista literaria y cultural de EL PAÍS. Piglia es uno de los autores más prestigiosos del panorama actual, gracias a títulos como Respiración artificial, Plata quemada y Blanco nocturno (elegido el año pasado el tercer mejor libro de 2010 por Babelia). El sábado 15 de enero Babelia empezó a mostrar como son los míticos diarios del escritor argentino. 

lunes, 17 de enero de 2011

La pasión por la autobiografía (I)

Cuadernos Hispanoamericanos (julio-agosto, 2004) publicó una interesante entrevista que Manuel Alberca realizó a Philippe Lejeune, autor de El pacto autobiográfico. Aquí presento la primera parte de dos:

El pasado febrero, invitado por el Instituto Francés, Philippe Lejeune (Burdeos, 1938) presentó en Madrid y Barcelona su último libro, Un journal à soi. Histoire d’une pratique (París, Editions Textuel, 2003), en el que sintetiza sus investigaciones sobre el diario personal, denominación que prefiere a la de diario íntimo por ser menos restrictiva. En Francia existen ya algunos libros notables sobre los diarios publicados, como por ejemplo el de Alain Girad o el de Béatrice Didier, pero éste, a diferencia de los anteriores, no trata tanto de los diarios editados como de su vida y circunstancias, y no sólo sobre los más conocidos, sino sobre la inmensa masa de escritura diarística que no suele recibir los honores de la imprenta. Detrás de este libro, está el trabajo de quince años y varios libros dedicados a los diarios, entre los que destacan Cher cahier… (1990), sobre su escritura en la Francia actual, Le moi des demoiselles (1993), sobre los diarios de las “jovencitas casaderas” en el siglo XIX y Cher écran… (2000), sobre los diarios en Internet. Hay también una ejemplar “militancia” por la dignidad y la conservación de los textos autobiográficos, que dio lugar, en 1992, a la Association pour l’autobiographie (APA), de la que Lejeune es, además de inspirador, animador principal.
Pero Lejeune es más conocido en España por el “pacto autobiográfico” (Le pacte autobiographique, 1975, traducido al español, El pacto autobiográfico y otros estudios, Madrid, Endymion, 1994, que es un libro casi inencontrable). El “pacto” es su definición de la autobiografía, trascendental para los estudios de este género, incluso para los que la impugnan, pues de alguna manera definen sus posturas frente éste. A la vista de los reparos y críticas y de las inevitables reducciones que toda definición implica, el propio Lejeune fue remodelando su teoría en otros libros (Je est un autre, 1980, y Moi aussi, 1986) y ampliándola, al considerar autobiografías, que se escapaban del molde clásico, como las de Michel Leiris y Georges Perec (Lire Leiris, 1975; La mémoire et l’oblique. Georges Perec autobiographe, 1991). Sobre todo esto he querido preguntar a Lejeune con el deseo de acercar un poco más a los lectores españoles el pensamiento y la obra del que es posiblemente el más destacado estudioso de la escritura autobiográfica.

Si le parece, podemos empezar por el “pacto autobiográfico”, ¿cómo les explicaría a los lectores españoles, en pocas palabras y de manera sencilla, en qué consiste el “pacto”?
Es la promesa de decir la verdad sobre sí mismo. Esto se opone al pacto de ficción. Uno se compromete a decir la verdad de sí mismo tal como uno mismo la ve. Su verdad. Esto provoca en el lector actitudes de recepción específicas, que yo diría “conectadas”, como en la vida cuando alguno nos cuenta su existencia. Uno se pregunta si la persona dice la verdad o no, se equivoca sobre sí mismo, etc. Uno se pregunta si le gusta. Lo compara con su propia vida, etc. El pacto de ficción nos deja mucho más libres, estamos “desconectados”, no tiene sentido preguntarnos si es verdadero o no, nuestra atención no está ya focalizada en el autor, sino sobre el texto y la historia, de la que podemos alimentar más libremente nuestro imaginario.

Su definición introduce conceptos como promesa y compromiso de decir la verdad, ¿es posible ser veraz y sincero sobre sí mismo a través de la escritura autobiográfica sin resultar ingenuo?
Todos los seres humanos son ingenuos cuando cuentan su vida, sea oralmente o por escrito. Corresponde al lector tomar la distancia que quiera. Cuando un ser humano nos hace el regalo de contarnos cómo ha vivido, es a nosotros a quienes corresponde hacer fructífera esa experiencia de comunicación. El sociólogo Pierre Bourdieu ha escrito, poco antes de su muerte, un Essai d’auto-analyse que acaba de ser publicado en Francia. Para demostrar que él no era ingenuo, ha declarado al comienzo, muy ingenuamente: “Esto no es una autobiografía”. Pero es una autobiografía, evidentemente, muy hermosa por otra parte. Su genio intelectual no le permitía ver su vida con un punto de vista limitado, sus posiciones, sus rodeos. Y está muy bien así. Estos límites, que lo definen, me interesan.

¿Es suficiente que una autobiografía sea veraz o lo pretenda para considerarla una obra literaria? Dicho de otro modo, ¿en qué consiste la “literariedad” de una autobiografía?
Esta pregunta muestra hasta qué punto la autobiografía pone en entredicho la noción de “literariedad”, y el culto estrecho de la que forma parte. ¿No había, al comienzo del siglo XX, personas que se preguntaban si el jazz formaba parte de la música? El fin de la autobiografía es transmitir una experiencia humana, y hay varios caminos para esto. Escritores de vanguardia, como Michel Leiris o Georges Perec, han inventado formas de escritura nuevas absolutamente revolucionarias. Pero la “literariedad” puede revestir formas académicas o pretenciosas. En sentido inverso, personas que no son escritores pueden crear unas maneras eficaces y sorprendentes de contar su vida. De hecho, del surrealismo al arte espontáneo, pasando por el dominio eficaz de los medios clásicos, todo es posible en autobiografía. Yo añadiría que encuentro que se subestima la literatura al encerrarla en la “literariedad”.

¿Por qué pasó del estudio de los grandes nombres de la autobiografía francesa a ocuparse de la lectura y archivo de los diarios personales de la gente desconocida? ¿Qué ha pesado más en esta decisión el posible interés histórico, social y antropológico de estos textos o la defensa de los valores de la escritura autobiográfica?
Lo que ha pesado, es la curiosidad. Ésta me ha ayudado a saltar los límites artificiales de las disciplinas y de los “cánones” literarios, a comprender el interés de lo pluridisciplinar, es decir, lo universal, de los textos autobiográficos. Al estudiar la autobiografía oral de Sartre, después de haber estudiado Las palabras, es cuando he tomado conciencia que era preciso tomarlo en serio, cuando él pretendía ser cualquiera. Al descubrir las complicaciones y las artimañas del relato de vida de un empleado de comercio autodidacta del siglo XIX, que era mi bisabuelo, he comprendido que cualquiera podía convertirse en el artista de su propia vida. Desde 1986, me he sumergido en el universo todavía prácticamente desconocido del diario personal. ¡Se conocen tan pocas cosas de los diarios, hay tan pocos publicados! Es como un continente engullido, de tesoros que reposan en el fondo de los mares; tranquilos o agitados, de la intimidad. Por lo tanto, mi motor es la curiosidad.

Usted ha tenido un papel principal en la creación de la Association pour l’autobiographie (APA). En primer lugar, ¿qué es la APA, cómo nació y cómo se financia? En segundo lugar, ¿qué representa su diario o su autobiografía para la gente que los deposita en la Asociación y por qué quieren que otros los lean?
He creado el APA con unos amigos en 1992 para responder a una petición que se me hacía a menudo: personas desconocidas me escribían para que leyese su autobiografía, para que les ayudase a conservar sus diarios. Buscaban muy modestamente una forma de diálogo, y una posibilidad de sobrevivir. No podía hacer todo esto solo, ni convertir mi domicilio en lugar de archivo. Una pequeña ciudad de provincias, Ambérieu-en-Bugey, ha puesto su biblioteca a nuestra disposición, con un gran espacio disponible. Hemos constituido unos grupos de lectura (cinco grupos de una decena de personas) y desde 1992 hemos leído, comentado y archivado más de 1500 textos autobiográficos (relatos de vida, diarios, correspondencias). Publicamos un catálogo razonado de nuestros fondos (el Garde-mémoire, cinco volúmenes aparecidos), valoramos estos textos hablando de ellos en nuestra revista La Faute à Rousseau, organizando lecturas públicas y mesas redondas, poniéndolos a la disposición de los investigadores, historiadores o especialistas en ciencias humanas. Actualmente nuestra asociación tiene 850 socios, que pagan una cotización de 35 euros, constituye nuestro recurso principal, pero también recibimos ayuda en especie de la ciudad de Ambérieu, y recibimos algunas subvenciones de organismos públicos (en particular del ministerio de Cultura). Al mismo tiempo, permitimos a los amantes de la autobiografía y del diario reunirse (grupos de intercambio, fines de semana de encuentros, etc.) e intentamos cambiar un poco las mentalidades en Francia, de que se reconozca la dignidad y el interés de la escritura del yo.

Ud. ha denominado “diarios monstruos” a los que alcanzan una extensión de millares de páginas; en ellos da la impresión, quizá errónea, de que la compulsión a escribir ha suplantado a la vida. ¿Es el diario, en estos casos, un problema más que una solución? ¿Existe una grafomanía o patología del diarista?
Sí, hay diarios monstruos -pero esta monstruosidad no es forzosamente “psicopatológica”- no es más que el reflejo de la monstruosidad de nuestra vida misma. ¡Pensemos en todos los días que hemos vivido ya! Para vivir, y precipitarnos hacia el porvenir, los olvidamos. Pero si se escriben algunas líneas cada día, sin ser ningún grafómano, al final de unas decenas de años, esto compondrá un texto inmenso, ¡qué tendría de malo releerlo! El diario hace visible el torbellino del tiempo…

lunes, 10 de enero de 2011

Reminiscencia (y II)

Aquí presento la segunda parte del artículo: Deterioro intelectual y reminiscencia, de la Dra. Beatriz Sepúlveda López, Directora General de GRESMA, y que apareció en el número de octubre de 2010 de la revista Médico Moderno. 

FUNCIONES DE LA REMINISCENCIA

A continuación nos daremos cuenta de la gran importancia que tiene ésta, no sólo para el buen envejecer sino para tener una historia que seguir recordando, algunas de sus funciones son las siguientes:

Favorece la integridad
Al relacionar lo vivido, el pasado con el presente, se constituye una vivencia de continuidad, de historia de vida. Así, al integrar el pasado hay una reconciliación con la vida que nos ha tocado, evitando con ello una excesiva añoranza por lo no vivido. Permite encontrar significado y propósito –sentido- a la vida. Lograr la integridad es una de las características del buen envejecer.

Refuerza la identidad y aumenta la autoestima
Identidad es la vivencia del propio yo, una unidad que nos distingue de los otros, es lo que nos hace singulares y como nos conocemos a nosotros mismos. Uno se visualiza como único a través de la vida, se reconoce entonces en el niño y el joven que fue, en el adulto que creció y hoy en el adulto mayor en una nueva etapa de la vida por vivir.
Tendemos a mantener la identidad a través de los múltiples cambios que sufrimos a lo largo de la vida, tendemos a sentirnos los mismos, aun cuando nuestro cuerpo, nuestra forma pensar, nuestros roles y nuestro lugar en la sociedad cambien. En este sentido, la identidad es en lo que se compara la adolescencia con el envejecimiento, el adolescente debe forjarse una y también sufre pérdidas, el adulto mayor debe conservarla, y necesita lograr la continuidad de ella por medio de los cambios. Cambios y preparación para la adultez en el adolescente, para la vejez en el adulto mayor.
Así como el adolescente fluctúa a veces entre conductas infantiles y adultas, también el que envejece quiere seguir siendo joven y se esfuerza, quizá demasiado, en actividades en general físicas y otros asumen la vejez antes de tiempo… se entregan.
La autoestima es el aspecto afectivo de la identidad. En el envejecimiento y a causa de los cambios y de las pérdidas decimos que la autoestima se ve amenazada, hablamos de una herida narcisista. Es un momento en el que el adulto mayor se siente más vulnerable, a veces más solo y el recordar, con otros, hechos de su vida, le ayuda emocional y socialmente otorgándole la oportunidad de encontrar nuevas fuerzas.
La reminiscencia ayuda a reforzar la autoestima porque recuerdan hechos en donde se tenía mayor vitalidad, se pone de manifiesto todo lo que se hizo, se creó, se sintió, se tejió en una vasta historia personal y se reconoce como propio. Así, al lograr traer a la memoria momentos vividos con intensidad, entusiasmo y éxito, la potencia y la vitalidad, que hoy se consideran como disminuidas, adquieren un nuevo y mayor sentido.

Permite la resignificación
Ésta tiene que ver con volver a evocar un acontecimiento muchas veces conflictivo, que pudo ser traumático o no, y efectuar un repaso de éste que permite una ubicación de ese hecho o evento de una manera menos dolorosa. De acuerdo con nuevas experiencias y con el tiempo de fondo se pueden dar significados distintos a las cosas vividas.

Estimula los duelos
El duelo es un trabajo psíquico necesario para afrontar una pérdida significativa tal como un ser querido, un objeto importante o una actividad relevante; este trabajo psíquico se da acompañado por una sensación de tristeza, de dolor. Pérdida y reacción frente a la misma son las partes del duelo.
La pérdida es una experiencia vital, se siente que ya no se tiene o se ha dejado algo significativo, sea real o no. Ya Freud, en 1915, decía que “el duelo es por lo general la reacción a la pérdida de un ser amado o de una abstracción equivalente, la patria, la libertad, ideal, etc”.
El duelo lleva a desprenderse íntimamente del objeto perdido, es un proceso, es decir, tarda un tiempo y su resolución encamina a la liberación de energías que quedan entonces disponibles para nuevas actividades, para nuevos vínculos. En el transcurso del camino de vida invariable e inevitablemente se viven muchas pérdidas más o menos significativas, más o menos dolorosas, pero que, sin duda, nos precisan a la habilitación de nuevas capacidades afectivas y sociales, nos precisan a reaprender, a continuar y a aceptar quienes somos con lo vivido.

Triunfo de la longevidad
Es a través de la reminiscencia que uno puede mostrar una historia de vida, rica de experiencias, donde la supervivencia indica un triunfo sobre la muerte, haciendo posible un mayor bagaje vivencial.

Ayuda a mantener la memoria colectiva
Al transmitir los hechos del pasado a las nuevas generaciones permite, al mismo tiempo, la búsqueda de nuestras raíces ancestrales. Recordemos que sólo aquellos que la han vivido son quienes pueden narrar la historia.
Todos los estudios realizados para corroborar el efecto de la reminiscencia, como los que resultan de la práctica clínica muestran cómo las personas que tienen la posibilidad de recordar tienen menos tendencias depresivas. Así Robert Butler, importante gerontólogo estadounidense dice que “hay una correlación positiva entre reminiscencia y la adaptación positiva a la vejez, gracias a la conservación de la autoestima y a la consolidación del sentido de identidad”. También los estudios de McMahon y Rhudick, en 1967, en encuestas con un grupo de veteranos de guerra han llegado a conclusiones similares.
La reminiscencia deviene además en un recurso psicoterapéutico de inmenso valor, ya sea de manera oral o escrita, a manera de creación literaria o artística. Recordar muchas veces asusta tanto como el no lograrlo; sin embargo, pareciera que socialmente se condiciona para olvidar, para no ver o no reparar en aquello que no está bien, que molesta, bloqueado el recuerdo, llegando incluso a dejar de lado el recuerdo feliz por restar importancia.
La reminiscencia da la posibilidad de ver desde la cumbre de la montaña lo caminado y observar, tender la mano a quienes vienen escalando tras nosotros; da la posibilidad de observar nuestra historia completa y respirar profunda y tranquilamente, reconociendo y reflexionando en cada uno de los momentos vividos; da la posibilidad de saber que hemos triunfado al vivir vasta y plenamente… la reminiscencia permite sentir los colores que se llevan por dentro para darles un nuevo brillo. 

lunes, 3 de enero de 2011

Reminiscencia (I)

Soy un convencido de que la escritura autobiográfica cumple una función terapéutica indiscutible, y no sólo a una determinada edad (madurez, tercera edad), sino en cualquier etapa de la vida. La Dra. Beatriz Sepúlveda López, Directora General de GRESMA (Grupo de Especialistas en Salud Mental) analiza las funciones de la reminiscencia en un artículo publicado en la revista Médico Moderno de octubre de 2010.

DETERIORO INTELECTUAL Y REMINISCENCIA

“El tiempo no es sino el espacio entre nuestros recuerdos”
Henri Fréderic Amiel

Cuando se pregunta a las nuevas generaciones acerca de las características que son más relevantes en la forma de ser de los ancianos, como una de las primeras respuestas a esta descripción se hace hincapié en el hecho de que los abuelos constante y, en ocasiones, repetidamente cuentan hechos del pasado, de su historia. Éstos son los relatos que no parecen tener sentido para quien los oye, digo oye porque escuchar es poner atención para luego conservar esa información como parte del bagaje personal, reiterando que uno de los prejuicios generalizados que pesan sobre los adultos mayores desde la sociedad y, también, desde ellos mismos, es el creer que recordar el pasado es malo, nocivo e indicativo contundente de deterioro.
La psicología clínica lo considero durante mucho tiempo como un proceso regresivo, de goce con un pasado ya inexistente, muchas veces teñido de fantasía, y se le relacionaba en forma peyorativa con el deterioro intelectual. Esta idea traspasó los límites de la clínica y pasó a formar parte de la sabiduría popular en forma prejuiciosa y gerontofóbica. La realidad es que recordar el pasado para los adultos mayores e incluso para todo grupo generacional es, definitivamente, una prueba fehaciente de vida consciente, de aprendizaje mediante experiencias pasadas, de soluciones e implica un gran trabajo cognitivo que a nivel psicodinámico es altamente favorecedor, como podremos ver a continuación.
Se llama reminiscencia a la función que permite recordar pensando o relatando hechos, actos o vivencias del pasado, por lo general vivenciados con un matiz placentero. Salvarezza (1988) la define con mayor precisión diciendo que es “una actividad mental organizada, compleja y que posee una finalidad instrumental importantísima: la de permitirle al sujeto reafirmar su autoestima cuando sus capacidades psicofísicas y relacionales comienzan a perder vitalidad”. Es una actividad psicológica universal, no sólo necesaria en el envejecimiento y en la vejez, ya que es saludable porque favorece la integración del pasado al presente, le da continuidad, reforzando así la pertenencia y la identidad.
Algunos gerontólogos norteamericanos, clasifican en varios tipos la reminiscencia, así hablan de la integrativa, narrativa, obsesiva, instrumental, transmisiva, pero resulta de utilidad conocerlas para aplicarlas en distintas oportunidades.
El recordar actúa como una ‘revisión de vida’ y da la posibilidad de llevarnos a realizar una reconstrucción de la historia personal. Es una función que se ejercita a través de la memoria, se recuerda a toda edad pero es más específica en la etapa de envejecimiento.
Cuando uno rememora, revisa los recuerdos, los mira desde el presente y puede capturar las emociones que acompañan a ese episodio que hoy es recordado. Así pues, éste es un proceso vital, normal y saludable del envejecer.
Se puede usar de dos formas el recordar el pasado; algunas veces como huida o como negación a la vida actual, queriendo fijar en el momento que corresponde al recuerdo el tiempo; es un mecanismo de defensa que evita mirar la realidad. Este tipo de memoria corresponde entonces al tipo de reminiscencia obsesiva que mencionamos antes, como podemos pensar esta forma de recordar no es saludable ya que lleva al retraimiento y constituye en un elemento patológico al desviar al sujeto de la realidad. La reminiscencia es otra forma de recordar.