lunes, 17 de enero de 2011

La pasión por la autobiografía (I)

Cuadernos Hispanoamericanos (julio-agosto, 2004) publicó una interesante entrevista que Manuel Alberca realizó a Philippe Lejeune, autor de El pacto autobiográfico. Aquí presento la primera parte de dos:

El pasado febrero, invitado por el Instituto Francés, Philippe Lejeune (Burdeos, 1938) presentó en Madrid y Barcelona su último libro, Un journal à soi. Histoire d’une pratique (París, Editions Textuel, 2003), en el que sintetiza sus investigaciones sobre el diario personal, denominación que prefiere a la de diario íntimo por ser menos restrictiva. En Francia existen ya algunos libros notables sobre los diarios publicados, como por ejemplo el de Alain Girad o el de Béatrice Didier, pero éste, a diferencia de los anteriores, no trata tanto de los diarios editados como de su vida y circunstancias, y no sólo sobre los más conocidos, sino sobre la inmensa masa de escritura diarística que no suele recibir los honores de la imprenta. Detrás de este libro, está el trabajo de quince años y varios libros dedicados a los diarios, entre los que destacan Cher cahier… (1990), sobre su escritura en la Francia actual, Le moi des demoiselles (1993), sobre los diarios de las “jovencitas casaderas” en el siglo XIX y Cher écran… (2000), sobre los diarios en Internet. Hay también una ejemplar “militancia” por la dignidad y la conservación de los textos autobiográficos, que dio lugar, en 1992, a la Association pour l’autobiographie (APA), de la que Lejeune es, además de inspirador, animador principal.
Pero Lejeune es más conocido en España por el “pacto autobiográfico” (Le pacte autobiographique, 1975, traducido al español, El pacto autobiográfico y otros estudios, Madrid, Endymion, 1994, que es un libro casi inencontrable). El “pacto” es su definición de la autobiografía, trascendental para los estudios de este género, incluso para los que la impugnan, pues de alguna manera definen sus posturas frente éste. A la vista de los reparos y críticas y de las inevitables reducciones que toda definición implica, el propio Lejeune fue remodelando su teoría en otros libros (Je est un autre, 1980, y Moi aussi, 1986) y ampliándola, al considerar autobiografías, que se escapaban del molde clásico, como las de Michel Leiris y Georges Perec (Lire Leiris, 1975; La mémoire et l’oblique. Georges Perec autobiographe, 1991). Sobre todo esto he querido preguntar a Lejeune con el deseo de acercar un poco más a los lectores españoles el pensamiento y la obra del que es posiblemente el más destacado estudioso de la escritura autobiográfica.

Si le parece, podemos empezar por el “pacto autobiográfico”, ¿cómo les explicaría a los lectores españoles, en pocas palabras y de manera sencilla, en qué consiste el “pacto”?
Es la promesa de decir la verdad sobre sí mismo. Esto se opone al pacto de ficción. Uno se compromete a decir la verdad de sí mismo tal como uno mismo la ve. Su verdad. Esto provoca en el lector actitudes de recepción específicas, que yo diría “conectadas”, como en la vida cuando alguno nos cuenta su existencia. Uno se pregunta si la persona dice la verdad o no, se equivoca sobre sí mismo, etc. Uno se pregunta si le gusta. Lo compara con su propia vida, etc. El pacto de ficción nos deja mucho más libres, estamos “desconectados”, no tiene sentido preguntarnos si es verdadero o no, nuestra atención no está ya focalizada en el autor, sino sobre el texto y la historia, de la que podemos alimentar más libremente nuestro imaginario.

Su definición introduce conceptos como promesa y compromiso de decir la verdad, ¿es posible ser veraz y sincero sobre sí mismo a través de la escritura autobiográfica sin resultar ingenuo?
Todos los seres humanos son ingenuos cuando cuentan su vida, sea oralmente o por escrito. Corresponde al lector tomar la distancia que quiera. Cuando un ser humano nos hace el regalo de contarnos cómo ha vivido, es a nosotros a quienes corresponde hacer fructífera esa experiencia de comunicación. El sociólogo Pierre Bourdieu ha escrito, poco antes de su muerte, un Essai d’auto-analyse que acaba de ser publicado en Francia. Para demostrar que él no era ingenuo, ha declarado al comienzo, muy ingenuamente: “Esto no es una autobiografía”. Pero es una autobiografía, evidentemente, muy hermosa por otra parte. Su genio intelectual no le permitía ver su vida con un punto de vista limitado, sus posiciones, sus rodeos. Y está muy bien así. Estos límites, que lo definen, me interesan.

¿Es suficiente que una autobiografía sea veraz o lo pretenda para considerarla una obra literaria? Dicho de otro modo, ¿en qué consiste la “literariedad” de una autobiografía?
Esta pregunta muestra hasta qué punto la autobiografía pone en entredicho la noción de “literariedad”, y el culto estrecho de la que forma parte. ¿No había, al comienzo del siglo XX, personas que se preguntaban si el jazz formaba parte de la música? El fin de la autobiografía es transmitir una experiencia humana, y hay varios caminos para esto. Escritores de vanguardia, como Michel Leiris o Georges Perec, han inventado formas de escritura nuevas absolutamente revolucionarias. Pero la “literariedad” puede revestir formas académicas o pretenciosas. En sentido inverso, personas que no son escritores pueden crear unas maneras eficaces y sorprendentes de contar su vida. De hecho, del surrealismo al arte espontáneo, pasando por el dominio eficaz de los medios clásicos, todo es posible en autobiografía. Yo añadiría que encuentro que se subestima la literatura al encerrarla en la “literariedad”.

¿Por qué pasó del estudio de los grandes nombres de la autobiografía francesa a ocuparse de la lectura y archivo de los diarios personales de la gente desconocida? ¿Qué ha pesado más en esta decisión el posible interés histórico, social y antropológico de estos textos o la defensa de los valores de la escritura autobiográfica?
Lo que ha pesado, es la curiosidad. Ésta me ha ayudado a saltar los límites artificiales de las disciplinas y de los “cánones” literarios, a comprender el interés de lo pluridisciplinar, es decir, lo universal, de los textos autobiográficos. Al estudiar la autobiografía oral de Sartre, después de haber estudiado Las palabras, es cuando he tomado conciencia que era preciso tomarlo en serio, cuando él pretendía ser cualquiera. Al descubrir las complicaciones y las artimañas del relato de vida de un empleado de comercio autodidacta del siglo XIX, que era mi bisabuelo, he comprendido que cualquiera podía convertirse en el artista de su propia vida. Desde 1986, me he sumergido en el universo todavía prácticamente desconocido del diario personal. ¡Se conocen tan pocas cosas de los diarios, hay tan pocos publicados! Es como un continente engullido, de tesoros que reposan en el fondo de los mares; tranquilos o agitados, de la intimidad. Por lo tanto, mi motor es la curiosidad.

Usted ha tenido un papel principal en la creación de la Association pour l’autobiographie (APA). En primer lugar, ¿qué es la APA, cómo nació y cómo se financia? En segundo lugar, ¿qué representa su diario o su autobiografía para la gente que los deposita en la Asociación y por qué quieren que otros los lean?
He creado el APA con unos amigos en 1992 para responder a una petición que se me hacía a menudo: personas desconocidas me escribían para que leyese su autobiografía, para que les ayudase a conservar sus diarios. Buscaban muy modestamente una forma de diálogo, y una posibilidad de sobrevivir. No podía hacer todo esto solo, ni convertir mi domicilio en lugar de archivo. Una pequeña ciudad de provincias, Ambérieu-en-Bugey, ha puesto su biblioteca a nuestra disposición, con un gran espacio disponible. Hemos constituido unos grupos de lectura (cinco grupos de una decena de personas) y desde 1992 hemos leído, comentado y archivado más de 1500 textos autobiográficos (relatos de vida, diarios, correspondencias). Publicamos un catálogo razonado de nuestros fondos (el Garde-mémoire, cinco volúmenes aparecidos), valoramos estos textos hablando de ellos en nuestra revista La Faute à Rousseau, organizando lecturas públicas y mesas redondas, poniéndolos a la disposición de los investigadores, historiadores o especialistas en ciencias humanas. Actualmente nuestra asociación tiene 850 socios, que pagan una cotización de 35 euros, constituye nuestro recurso principal, pero también recibimos ayuda en especie de la ciudad de Ambérieu, y recibimos algunas subvenciones de organismos públicos (en particular del ministerio de Cultura). Al mismo tiempo, permitimos a los amantes de la autobiografía y del diario reunirse (grupos de intercambio, fines de semana de encuentros, etc.) e intentamos cambiar un poco las mentalidades en Francia, de que se reconozca la dignidad y el interés de la escritura del yo.

Ud. ha denominado “diarios monstruos” a los que alcanzan una extensión de millares de páginas; en ellos da la impresión, quizá errónea, de que la compulsión a escribir ha suplantado a la vida. ¿Es el diario, en estos casos, un problema más que una solución? ¿Existe una grafomanía o patología del diarista?
Sí, hay diarios monstruos -pero esta monstruosidad no es forzosamente “psicopatológica”- no es más que el reflejo de la monstruosidad de nuestra vida misma. ¡Pensemos en todos los días que hemos vivido ya! Para vivir, y precipitarnos hacia el porvenir, los olvidamos. Pero si se escriben algunas líneas cada día, sin ser ningún grafómano, al final de unas decenas de años, esto compondrá un texto inmenso, ¡qué tendría de malo releerlo! El diario hace visible el torbellino del tiempo…