A propósito de la reciente publicación de los escritos autobiográficos de Salvador Elizondo, reunidos en el volumen MAR DE IGUANAS (Atalanta), presento un texto de Sergio R. Franco, sobre la importancia de la fotografía en el escrito AUTOBIOGRAFÍA PRECOZ de Salvador Elizondo, aparecido en la Revista Iberoamericana en 2007.
FOTOGRAFÍA Y ESCRITURA EN AUTOBIOGRAFÍA PRECOZ DE SALVADOR ELIZONDO
¿Se escribirían tantas memorias y autobiografías en la actualidad si no dispusiéramos de fotografías, es decir, de un archivo visual que anima la capacidad evocadora de los individuos? Como bien saben todos los que hayan leído a Proust, la memoria no requiere de imágenes para su incitación; pero no deja de ser cierto que el vertiginoso archivo visual puesto a nuestra disposición desde la aparición de la fotografía incrementa –y quizá también obtura– nuestra aprehensión fenoménica del mundo y del pasado, rendido a nuestra contemplación subyugada o distraída. Asimismo, sería justo que nos preguntáramos por la vigencia de lo autobiográfico per se en este período dominado por la imagen, el simulacro y la teletecnología. ¿No es exacto ver en el auge de lo visual y de lo audiovisual una posibilidad para articular lo autobiográfico (así como lo biográfico y lo histórico) de una manera distinta? ¿No podríamos considerar la común práctica del álbum de fotos como la contrapartida no “ilustrada”, valga la ironía, al texto autobiográfico que se ajusta mejor al nuevo sensorium que la tecnología ha acarreado?
...En Autobiografía precoz encontramos dos fotografías, dispuestas una de ellas al inicio del libro y otra al final. La primera es contemporánea a la escritura del texto: el joven Salvador Elizondo aparece retratado en ligero picado, desde arriba de la cintura a la cabeza, en composición de tres cuartos, lo que acentúa el contraste de luces y sombras de la imagen. La segunda foto proporciona el retrato del autor al tiempo de la nueva edición de la obra. Ahora Elizondo aparece fotografiado frontalmente desde arriba de las rodillas hasta la cabeza, la mano derecha enlazando la muñeca de la izquierda. No ha intentado repetir una pose. Sabe que ello solo agudizaría la diferencia y la semejanza; es decir, el contraste. Pero éste no puede ser eludido ante la inevitable transformación del cuerpo del autor real, tan notoria como la modificación de temperamento del personaje que cada uno e los retratos suministra.
La razón que explica la presencia de estas dos imágenes parece clara: son evidencia de verdad, concepto que, como señala Hayden White, pertenece al orden del discurso y no al de los eventos. Puesto que el auge de la fotografía ocurre durante el período en que decae la religión en el imaginario de occidente, suplantada por la democracia y la ciencia (la fotografía colabora con la segunda y auxilia en el proceso de industrialización, en la vigilancia y el control), ella posee un estatuto de verdad pues se la presume suministradora de documentos objetivos. Asimismo, se sabe bien el vínculo entre fotografía y realismo literario, pues ambos comenzaron a incrementarse por la misma época, proveyendo a los individuos de un archivo o repertorio a partir del cual les fue posible autopensarse.
Ambas fotos nos devuelven la imagen, que no el ser, de Salvador Elizondo en tanto que asumamos la fotografía como muestra directa de lo “real” que la química hace posible aparecer y sobre la que también rigen las leyes de la física; es decir, como “huella luminosa”, para emplear el bello símil de Philippe Dubois:
Seguramente cae de su propio peso recordar que, en su nivel más elemental, la imagen fotográfica aparece de entrada, simple y únicamente como una huella luminosa, más precisamente como el rastro, fijado sobre un soporte bidimensional sensibilizado por cristales de halogenuro de plata, de una variación de luz emitida o reflejada por fuentes situadas a distancia en un espacio de tres dimensiones.
Es como si el texto anticipara una duda misma del lector y buscara certificar la realidad del “cuerpo” del autor como “significante trascendente”. Pero, ¿y si las fotografías no fueran las de Elizondo sino las de un individuo que se le asemeja, un doble? De otro lado, la presencia de dos fotografías me lleva a pensar en una operación reflexiva. En efecto, la segunda foto complementa/comenta la primera, así como la “Advertencia del autor” complementa/comenta al texto mismo. ¿Cómo leer esta simetría? ¿Qué designa este gesto? Si la fotografía muestra lo que ya jamás será visto de nuevo, me parece detectar una ironización de una imposible autoexigencia mimética, acompañada de una escritura no librada a sí misma cuya semiosis resulta retenida por una entidad que se presupone como existente fuera del texto pero construida textualmente: la del propio Elizondo, tan autocentrado en sus retratos como parece estarlo en su propia obra.