lunes, 24 de enero de 2011

La pasión por la autobiografía (y II)

Segunda y última parte de la entrevista que Manuel Alberca realizó a Philippe Lejeune (El pacto autobiográfico), para la revista Cuadernos Hispanoamericanos (julio -agosto 2004).

En España, la autobiografía tiene activos y elitistas detractores, que la descalifican por narcisista, exhibicionista y escandalosa o la condenan a la segunda división literaria, ¿por qué algunos sectores universitarios y periodísticos no aprecian el servicio que algunos autobiógrafos prestan a la higiene social de un país y al conocimiento de la complejidad humana?
Puedo tranquilizaros: es parecido en Francia, incluso si las mentalidades han evolucionado desde hace una decena de años. Yo tengo una hipótesis. En los países de tradición protestante u ortodoxa, escribir sobre sí mismo parece una cosa común, ni buena ni mala en sí misma, se encuentra normal que cada uno preste atención a su propia vida y que ésta forme parte de los intercambios sociales. En los países de tradición católica, se tiene mucho miedo del yo, del Diablo y del orgullo, y la atención a sí mismo es sospechosa -de ahí proviene una cultura del secreto, y quizá, a causa de esta opresión, una práctica de lo íntimo más profunda y exigente que en los países protestantes donde el discurso sobre el yo, mejor admitido, queda quizá más superficial. Tengo un poco de vergüenza por simplificar así, pero creo que la razón está ahí. La importancia de la tradición religiosa es evidente. Atraviese el Mediterráneo y vaya a Argelia -verá que el discurso autobiográfico es allí aún más difícil que en Francia o en España.

Sabemos, pues lo ha mencionado en una conferencia, que ahora, después de ocuparse durante quince años de los diarios, vuelve al problema de los orígenes de la autobiografía moderna que, en su opinión, hay que situar en las Confesiones, de J.-J. Rousseau, ¿no es un poco “chovinista” ignorar otros ilustres precedentes?
¡No es una cuestión de chovinismo -por otra parte Jean-Jacques Rousseau no era francés, sino “ciudadano de Ginebra”! Y sé que la tradición de la escritura del yo se remonta a la Antigüedad. Pero yo continúo pensando que la escritura de las Confesiones marca una ruptura profunda. Cuando Rousseau dice: “Yo emprendo una tarea que no tuvo precedente”, es preciso tomarlo en serio. Esta ruptura la ha teorizado él mismo en el preámbulo del manuscrito de Neuchâtel, que la revista Memoria, de la Unidad de Estudios Biográficos de la Universidad de Barcelona, acaba de publicar por primera vez en español. Rousseau es el primero que se ha decidido de verdad a la tarea loca y peligrosa de contarlo todo sobre sí mismo.

Para cambiar, si le parece, podemos hablar un poco de algunos temas de los que usted no suele ocuparse. Por ejemplo, guarda un elocuente silencio sobre la autoficción (relato de apariencia autobiográfica que se presenta como “novela”, cuyo protagonista tiene la misma identidad del autor), ¿no podría ser la autoficción una vía de innovación autobiográfica?
Una vía de innovación literaria, seguramente. Pero tiene razón de destacar mi silencio y de encontrarlo “elocuente”. Expresa una elección totalmente personal. Confieso que prefiero leer verdaderas novelas en que no tengo que preocuparme del autor, o verdaderas autobiografías en que no me preocupo de la ficción. Prefiero el compromiso a la habilidad, el riesgo al juego -es ciertamente una señal de ingenuidad.

Resulta también muy llamativo que no le haya prestado atención a la biografía ¿qué reservas guarda con respecto a este género, que por otra parte está tan desarrollado en Francia? ¿No cree que el conocimiento de la biografía de un autobiógrafo es imprescindible para acercarnos con mayor propiedad a su autobiografía o diario?
¡Sus preguntas exploran todas mis fallas! Por supuesto, es útil conocer los datos biográficos para evaluar una autobiografía o un diario – igual que es más útil todavía conocer la génesis de una autobiografía para apreciarla (he trabajado con pasión en los borradores de Sartre, de Perec, de Sarraute, por ejemplo, para comprender cómo construían su verdad). Pero no es preciso confundir la información biográfica, tan útil, con la construcción de un relato biográfico. A menudo me he quedado estupefacto de la audacia de los que pretenden poder comprender y juzgar la vida de otro, y de contarlo como si fueran ellos los que la hubiesen vivido. Esto me parece una impostura, o una locura. Es cierto que a veces hay logros admirables -pienso en la biografía de Marguerite Duras por Laure Adler. Pero, ¡es tan infrecuente! la mayoría del tiempo, no llego a comprender como los biógrafos no tienen vergüenza de lo que ellos escriben. Tan legítimo es interpretar una obra, que se ha hecho para esto, y que resistirá nuestra interpretación, como aventurado es interpretar una vida, que no es más que un fantasma que se ha construido con pequeños fragmentos, y que no puede defenderse… A menudo pienso que una autobiografía no podría ser falsa (porque todas sus imperfecciones o sus artimañas definen a su autor) y que una biografía no podría ser verdadera (la más “lograda” no es más que una especie de novela). A veces también, imagino lo que le podría ocurrir a mi propia vida, contada después de mi muerte por un desconocido, incluso lleno de buena voluntad… pero soy un ingrato. Los biógrafos mantienen vivos a los muertos, mantienen la lectura de sus obras, y el diálogo necesario con nuestra identidad. Me temo que he provocado a la mayoría de lectores de esta entrevista, a los que probablemente les gusta leer biografías, y van a encontrarme raro. Quizá he sido, en esta respuesta, excesivo. Los tranquilizo: me ocurre, como a ellos, leo con placer biografías. Digamos, sobre todo, que yo creo que nunca las escribiré.

Hace algunos años, tenía el proyecto de escribir su autobiografía, al menos dijo que la estaba escribiendo, ¿cómo será? ¿Cuándo la podremos leer?
No, no tengo el proyecto de escribir una autobiografía: no me gusta esa palabra en singular, con lo que supone de simplificación. Es verdad que hace tiempo, he podido tener ese deseo, y es lo que explica la elección que he hecho hacia 1969 de la autobiografía como tema de investigación universitaria. Había elegido la autobiografía, construida y seductora, contra el diario -el diario que había escrito de adolescente, y que era el testimonio de mis peripecias existenciales y de mis incapacidades literarias. He trabajado sobre la autobiografía de 1969 a 1986 sin abordar nunca el diario. En 1986, habiendo madurado, he vuelto a la práctica del diario, y desde entonces imagino una síntesis, encontrar una escritura que tuviese la ventaja de los dos (el lado construido de la autobiografía y la autenticidad del diario). Pero ese es mi problema. Escribo para mí sólo, como otros muchos diaristas, es la condición de mi libertad. Lo que supone que nunca nadie que me haya conocido me leará. Yo no publicaré por lo tanto nada. Y si no destruyo lo que he escrito, retrasaré la divulgación de esto lo bastante lejos en el porvenir que evite cualquier interferencia del mundo en el que habré vivido y este en el que seré leído.

Para terminar, ¿hay algo que no le haya preguntado y que le gustaría añadir a esta entrevista?
Sí, me gustaría decir unas palabras del libro que acabo de publicar con Catherine Bogaert, un journal à soi. Histoire d’une pratique. En 1997, gracias a la Asociación para la autobiografía y la Biblioteca municipal de Lyon, habíamos organizado una exposición de diarios personales -más de 200 diarios originales, mostrando toda la belleza y la dignidad de esta práctica. Las exposiciones son efímeras, hemos prolongado nuestro trabajo por este “bello libro” (formato libro de arte, con más de 200 reproducciones de color) que es al mismo tiempo un intento general, para hacer visible de manera más duradera lo que usted ha llamado tan felizmente la escritura invisible.